Hoctogadia

1ª misiva, llegada a todos los miembros de la orden, razón y causa de su existencia.
Yo, Add Da Amond el más grande, señor del tiempo, os hablo.
Yo, hacedor de mundos, grande como he sido entre los grandes. Yo, antaño dominador del tiempo y del espacio. Yo, creador de realidades, os escribo desde mi confinamiento en un mundo que mis sueños esculpieron, en una realidad que yo mismo creé, y desde un tiempo que un día dominé. Yo, que mis risas creaban galaxias, pago hoy por la osadía de enfrentarme al primero.
Pero mi voluntad es mi poder, y mi tiempo es infinito, y hoy desde un momento siempre pasado comienzo mi lucha contra los que un día yo creé y que hoy son mis carceleros: Los hombres.
Consciente soy de que mi poder es hoy limitado; de que el que un día me arrastró hasta la que hoy es mi cárcel, conocía bien la capacidad de ésta para subyugar mi poder. Pero el Primero erró al creer que la fuerza de un ser radica en la grandeza de su magia, pues la verdadera fuerza se encuentra en la voluntad, y si hoy, después de la gran guerra, todavía no lo ha entendido, sé con seguridad que un día la victoria será nuestra.
Al principio sólo estaba él, el Primero. Sólo él, solo en un mundo vacío, sin tiempo y sin espacio. Yo llegué después y conmigo llegó el tiempo, pues por primera vez algo había sucedido. El se alejó de mí para mirarme y en su movimiento se creó el espacio, pues todo movimiento precisa de un lugar.
Add Da Amond me nominó y ese fue es y será mi nombre y a mí me significará. Después llegaron más y a todos él nominó y todos tuvimos la voluntad necesaria para existir.
Allí le conocí, le llamó Sidi Ed Elmellal, y en su llegada le supimos fuerte. Yo intuí en ese instante que él sería un día mi hermano.
Nacimos poderosos y nuestra voluntad era creadora. De nuestros sueños nacieron las estrellas, las galaxias, los planetas, un universo entero de energías y materias de una complejidad fascinadora. Todo, billones de billones de conceptos se cruzaban y entremezclaban con la precisión de un reloj. Todo se movía como en una coreografía que bailaba al compás de una música que nosotros, los señores del tiempo, habíamos creado.
Nada estaba fuera de nuestro alcance. Apretando la nada construíamos lo que queríamos: luz, energía, masa, y miles de cosas más, que los humanos ni tan solo osaríais imaginar. Sólo una cosa nos estaba vetada, pues tan solo a el Primero le estaba permitido la creación de voluntades.
Pero nuestro sentir en un principio fue glorioso, pues la fascinación que nos aportaba la creación era abrumadora.
Un tiempo llegó en el que yo me detuve y volví la vista atrás y me alegré pues mi obra era grande y hermosa, y sentí orgullo de mi creación, pero ese día dejé de crear…
Ya nada podía hacer para superar lo hecho.
A partir de ese momento solo una cosa copó mi imaginación. Cuando eres un ser todo poderoso, y todo en esta vida te está permitido menos una cosa, esta a la larga será tu obsesión. Tantas cosas hermosas había creado… pero todas muertas.
Me encerré en mi universo, quizás uno de los más grandiosos y complejos que se habían creado. Mis compañeros andaban en esos tiempos ocupados en la creación de espacios y universos que siendo increíblemente maravillosos no rozaban ni por azar la insultante y casi sacrílega belleza del mío. Por lo que nadie me echó de menos en el tiempo que duró mi aislamiento, y en el que fermentó y creció en mi ser una idea que hedía a irreverencia: “la vida”
Como buen jugador pase largo tiempo buscando mi mesa de juego, y la encontré, un pequeño planeta en un lugar perdido en una galaxia perdida en un universo que ya nadie recordaba. Puse las bolas en la mesa con toda dedicación: la distancia justa a una estrella, una atmósfera propicia, los elementos necesarios, y un entorno cósmico suficientemente estable. Una vez en la mesa estuvieron situadas todas las bolas, solo me quedaba disparar. Y así lo hice. Realmente jamás creé una voluntad, solo creé una partícula que era capaz de copiarse así misma y en la que de vez en cuando el entorno producía un error al azar. Es decir la semilla de la vida. Quizás pensareis ahora que la vida fue un gran invento, pero os he de reconocer que no es de esa invención de la que me siento más orgulloso pues por si sola no abría tenido mucho futuro. Mi más gran invento fue la muerte, ni tan siquiera él se hubiera atrevido ha imaginar algo así.
Sólo tuve que esperar y todo empezó a suceder como yo esperaba. O mejor dicho por primera vez desde el principio como ni yo ni nadie esperaba. Desde el primer momento e incluso antes, nada absolutamente nada en la existencia había obrado sin la mediación de uno de nosotros.
Fue emocionante, los errores en la copia creaban copias defectuosas que morían sin llegar a reproducirse pero una de cada muchas resultaba superando a su progenitora y sobreviviendo, creando así nuevas copias y haciendo que el proceso se repitiera indefinidamente. He de reconocer que la vida supero incluso mis expectativas. Primero animales unicelulares, y después organismos ya más complejos, todo tipo de animales y plantas poblaron la tierra para gozo de su creador, o sea yo.
Pero cuando vosotros los humanos entrasteis en la carambola de la vida me di cuenta de que yo Add Da Amond había superado al Primero.
Fue también en esa época en que me percaté de un fenómeno excepcional: cuando más aumentaba la vida en el planeta más perdía yo el poder sobre él, hasta que en ese momento me di cuenta que mi voluntad ya prácticamente no mandaba en la tierra, y por ende la de cualquier otro de nosotros. Quizás la vida iba olvidando ya a quien la instigó, o quizás tantos millones de pequeñas voluntades pueden apagar el poder de un dios. No conozco este porque, solo sé que la última vez que bajé al planeta, cuando vosotros los humanos todavía erais muy pocos, me falto poco para no poder escapar de él. Quizás os podríais pensar que este hecho me preocupó pero cuando son solo necesarios tus deseos para que algo suceda el hecho de que un pequeño planeta no te obedezca, lejos de resultar una preocupación, acaba por ser algo realmente emocionante.
Frené mi tiempo para adaptarlo al vuestro y simplemente observé. Pasaron siglos y nuca perdisteis la capacidad de sorprenderme. Yo os amé pues vosotros erais mis hijos, mi más magna creación.
Pero un día sucedió lo inevitable. Noté unos ojos que observaban, yo ya no estaba solo. El secreto se había perdido para siempre. Muchos llegaron de todas partes para conoceros y por primera vez desde el principio de los tiempos el enfrentamiento surgió entre nosotros. Unos os consideraron irreverentes malvados y una violación de la prohibición otros en cambio vieron en vosotros la libertad, aprendieron a amar la vida por lo que tenía de única, y disfrutaron como yo de el hecho de que algo les sorprendiera, cosa que había sido imposible hasta ese momento. Cuando el Primero llegó ordeno un gran consejo de dioses y todos nos reunimos para exponer nuestras razones.
El dictamen de el primero fue claro yo no era culpable de nada pues yo no había creado ninguna voluntad pero la existencia de la tierra era en si misma una herejía. Seres con voluntad propia que no eran dioses y que encima podían crear otras voluntades contraviniendo así la gran regla. Sin duda la tierra debería ser eliminada.
Una voz se oyó esos días por encima de todas las otras, Sidi Ed Elmellal. Por esos tiempos tanto el como yo ya éramos mucho mas fuertes que el día que nacimos y creíamos sinceramente que ni tan siquiera el Primero podría anteponer su voluntad a la nuestra. Nuestra alianza se forjó con la luz de la verdad y fuerte fue nuestra determinación. Íbamos a defender la tierra.
Vosotros jamás supisteis de la gran batalla que se libró en el universo por vuestra vida, muchos tomaron partido por nosotros y otros se pusieron del lado de el Primero. La guerra fue larga y en ella pasaron muchas cosas sorprendentes, actos heroicos y de nobleza, se vieron grandes y fieles amistades, pero también grandes traiciones. Fue un suceso que a todos hizo mas fuertes pero que todos hubiéramos deseado no pasar. Una gran historia que merece ser contada en otro momento.
Nosotros perdimos esa guerra. Me imagino que os estaréis preguntando, como se acontece que estéis vivos si nosotros fuimos derrotados. Como en todas las guerras cuando llevas un tiempo luchando las razones que te llevaron a pelear van perdiendo importancia y al final solo el odio y el miedo te hacen seguir en la lucha.
Durante la gran guerra él, el Primero aprendió a temernos. Supo en esos tiempos que Sidi Ed Elmellal y yo juntos éramos tan poderosos como él, solo el azar y una traición causó nuestra derrota. Sabe hoy que no volveríamos a cometer los mismos errores. Yo Add Da Amond se hoy que un tiempo llegará en que nosotros venzamos y la vida se extienda por el universo. Pero para eso hay que volver a empezar.
El temor que nos tiene el Primero es la causa de que la tierra todavía exista, pues esta es la única cárcel que nos podría retener. O ni tan siquiera esta, si pudiéramos juntar el poder que todavía nos queda sería suficiente como para destruir la vida, después de eso podríamos escapar. La razón de que esto todavía no haya sucedido es muy simple, no estamos juntos. Yo soy vuestro pasado. Yo vivo en ese tiempo que dejasteis atrás. Él vive en el futuro. En ese tiempo al que cada día os agarráis para seguir viviendo. Vosotros sois la reja que nos separa. Vosotros sois el presente. Sois mi creación y mi orgullo pero ahora sé como destruiros… y lo voy a hacer.
“La forja de una estrella será vuestro final.
yo la creé. Portadora de mis poderes.
El secreto sellará su lugar y allí permanecerá.
El tiempo será su barca.
Los humanos serán tiburones, los protectores del futuro.
Ocho buscadores seréis convocados a mi orilla.
Chilladle al escualo, que os oirá la muerte
Y en la otra orilla la libertad y el fin.”
Esta misiva nos llegó a todos nosotros el uno de noviembre del año 2000. Ahora miramos las llanuras verdes que nos rodean, llenas de caballos salvajes, el cielo es azul como nunca lo habíamos visto, estamos ocho desconocidos sentados en la hierva, no sabemos donde estamos ni tampoco cuando estamos pero si sabemos todos que tenemos un destino común, razón y causa de nuestra existencia pues nosotros somos hoctogadia: los buscadores.

Vicens Jordana





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