Se ponía a llorar cada vez que lo recordaba. Con las manos intentando contener sus lágrimas, revivía el peor día de su vida.
Era más o menos el medio día, porque estaban a punto de comer, cuando entraron los soldados. A él le dieron una paliza y lo amordazaron, su mujer, desgraciadamente, no les gustó y la mataron. Y siete soldados, porque fueron siete, violaron sucesivamente por delante y por detrás a sus hijas de diez y trece años.
Ester, la pequeña, sobrevivió, y él también. Pero a partir de ese día su vida transcurrió marcada por el odio, un odio que lo atormentaría todos y cada uno de los segundos de su existencia, un odio visceral contra su cuerpo… jamás, aunque pasasen mil años, jamás le perdonaría esa erección.
Vicens Jordana