El Castillo

Se levanta gigante y horroroso recortando el horizonte, todo se funde y todo se confunde bajo su tenebrosa sombra. ¿Quién fue el primero? ¿Quién puso la primera piedra? ¿Fue él, más culpable que el que puso la segunda? ¿Soy igual de culpable yo, hoy, cuando pongo la última? La culpa es de la piedra. Solucionó el roedor mientras se atravesaba el alma con una aguja de oro fino y cabeza de diamante. Y el humano le escuchó y le creyó mientras lamía y se alimentaba de su sangre.

Pero la sombra rugía y confundía podrida, enmohecida ya con el tiempo. Doscientos años decían algunos, diez mil chillaban otros, algunos en silencio apuntaban cuatrocientos mil. Miles de ratas como un río blanco asqueroso de pasos sin alma se agolpaban, se pisaban, se apuñalaban por escalar un peldaño más en el puto castillo, todas cargando a hombros su pequeña piedra.

Siempre es de noche en el castillo y sin embargo su sombra sigue ahogando los caminares de todos los que son todos. Y pasa el juglar acariciando la noche en tonos azules, y se burla y les insulta y los que son todos sientan sus culos en cómodas lanzas y ríen y no entienden nada y siguen riendo hasta que las vísceras que les salen por la boca ya no les dejan. Y vomitando hígados sin mirar le lanzan un mendrugo de pan rancio que rueda entre sangre, bilis y mierda hasta los pies del juglar que se sabe bufón. Mientras lo devora ruega a la luna, ya olvidada, una mentira mejor para sus días. Tiene miedo, teme al castillo, teme a su sombra, pero le teme también a su ausencia. Él es una rata con sombrero de colores, él también guarda su esencia en un frasco de oscuridad. El virus se ha extendido, ya nadie puede escapar.

El perro vigila, hecho de sombra y muerte, sus hocicos husmean carne fresca, no es por hambre, ellos jamás tragan, ellos sólo muerden e infectan.

Pero el castillo tiembla y los que son todos lo niegan, nadie se quiere bajar de sus almenas. Las ratas lloran y se agarran a su pequeña piedra que para ellos es gigante. El firmamento está hecho de agujero en el país de los que son todos.

El perro enseña sus dientes, sus orejas se mueven nerviosas. Ese ruido… alguien ha soltado su piedra. Toc, toc, toc, la piedra cae martilleando el suelo. El perro ataca y destripa la rata entre sus fauces. Pero el sonido no cesa, el perro se pone agresivo y destripa unas ratas más sólo para desahogarse. Esa primera piedra hizo mirar a unos cuantos hacia atrás. Entendieron que por donde se sube también se puede bajar, pero más perros llegaron. Y a todos comieron.

Ya huele ha muerto en el nuevo país del sol donde reposan los restos del castillo. Tres niños miran el desastre desde una roca elevada, ya ni las colas se mueven entre las ruinas. Los niños huyen aterrorizados a su pequeño jardín: cuatro flores, un olivo y una pequeña fuente de agua limpia. ¡Ah! y hoy a llegado un pájaro, no sé que pájaro es, pero canta maravilloso.

Un pequeño jardín donde antes hubo un vergel; un pequeño vergel donde antes hubo un castillo. El niño despierta asustado en la noche, se toca los dientes, mira nervioso sus pies, busca en su culo y respira tranquilo… sigue siendo un niño.

Vicens Jordana



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