Didier

Corría, corría, corría como loco, lanzaba sus pies desnudos contra el suelo a la máxima velocidad que su cuerpo famélico le permitía. El tendero lanzó una patada que rozó el talón de su pie derecho, poco, pero lo suficiente para que la inercia le hiciera rodar por el suelo, sin embargo en lo único que pensó Didier fue en proteger el pan que llevaba bajo el brazo.
El tendero lo agarró y tiró de él, el pan se rompió, Didier se plegó como un armadillo intentando resguardar del tendero el trozo que todavía le quedaba. El hombre miró el pedazo de pan roto en su mano y maldijo con fuerza. Didier aprovechó esa oportunidad para meterse un trozo en la boca, pero no pudo tragarlo, una patada en el estómago se lo hizo escupir, la siguiente le fue a la cara y se coló entre sus dos antebrazos que la protegían. El niño se dio la vuelta dejando dos de sus dientes en la arena e intentó huir, pero una nueva patada impactó contra su costado y le hizo regresar al suelo, esta vez ya nada le iba a salvar de la ira del tendero.
Era jueves por la mañana, día de mercado y la plaza estaba llena de gente. Algunos observaban impasibles la escena mientras seguían con sus quehaceres, otros, sin embargo, ni siquiera prestaban atención. En la esquina mas lejana un hombre desgarbado con un sombrero en punta de ala ancha y un garrote en una mano lo miraba asqueado, era el jefe de plaza. Apoyó las manos sobre el bastón y deseó que el tendero no matara al niño, si lo hacía le iba a tocar a él llevarlo hasta la fosa común a las afueras de la villa. Al jefe de plaza no le gustaba nada ese lugar, hedía a mil demonios y siempre se escuchaban los gritos agónicos de algún hombre que habían tirado sin terminar de matar… además, los rumores hablaban de espíritus que te podían arrastrar al fondo de la fosa.
Didier dejó de luchar, aflojó sus músculos y deseó que le dieran ya un golpe mortal que acabara con su agonía. Ya estaba harto, no tenía ni idea de que edad tenía, seguramente diez o once años, pero de lo que sí estaba seguro es que en todo ese tiempo no había tenido ni un segundo de felicidad. El dolor de las patadas del tendero le estaba nublando la vista, pero lo cierto es que ni siquiera le prestaba atención, la oscuridad y el silencio se hicieron en su mente en espera de ese último golpe liberador que acabara con su vida, con el hambre, con el miedo, con esa angustia vital inherente a todos y cada uno de los momentos de su existencia.
Pero una mano se posó en el hombro del tendero justo cuando este levantaba del suelo una enorme piedra dispuesto a rematar a su presa. Al notar el tacto este lanzó airado un codo hacia quien fuese que osara interrumpirle, se giró y al ver la túnica negra de un ángel su rostro palideció y bendijo su suerte por haber fallado el golpe. Tartamudeó intentando decir algo que no dijo y retrocedió dos pasos hacia atrás. Durante un instante le aguantó la mirada en un acto reflejo, pero en seguida bajó la vista avergonzado, hizo chocar su puño derecho dentro de su otra mano e hizo una exagerada reverencia enseñando sus palmas al cielo.
Didier ni siquiera se percató del silencio que se hizo en la plaza, su mente había desconectado y aunque todo seguía allí ya no le prestaba atención. El sol estaba alto en el cielo y se recortaba sobre la túnica negra del ángel dejando a oscuras sus facciones. El ángel siguió allí sin moverse, en silencio, durante unos cinco minutos hasta que finalmente Didier abrió los ojos. Él vio una figura negra y espectral perfilada en luz brillante, lo miró unos segundos hasta que la figura habló.
Le señaló con la mano y dijo muy despacio –estás muerto, ya no eres un ser vivo. Ahora eres un espectro, un cuerpo que camina… pero un día renacerás y serás un ángel. Entonces estarás por encima de la vida y de la muerte, serás un instrumento en manos de Dios. Levántate, sígueme… tienes una misión que cumplir.
Didier tosió y escupió sangre. Todo su cuerpo crujió cuando se puso de pie y el dolor estuvo a punto de hacerle perder el sentido, pero no le importó, ahora él era un espectro, estaba muerto, aguantó como pudo el equilibrio y fue detrás del ángel negro, tenía una misión que cumplir.

Vicens Jordana





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