Acad entró en el puente en el que debía haber alrededor de quince personas trabajando en mesas largas. El suelo era una gran roca calcárea cortada a cuchillo, de un color que oscilaba, según como le daba la luz del sol, entre el gris y el naranja, rodeada de una vieja baranda de hierro negro y medio oxidado. El sol estaba puesto justo antes del crepúsculo y hacía que las montañas, en la lejanía, resplandecieran con una relajante luz rosada. Todo estaba nevado hasta donde alcanzaba la vista, sólo algunos de los valles más hondos se desmarcaban con el verde oscuro de los abetos. Habían situado el puente en lo alto de una cima puntiaguda y rocosa, y si te acercabas a la baranda un precipicio de casi dos mil metros se hacía presente. Una brisa suave y fresca se regalaba de vez en cuando y un sonido de cuervos graznando te hacía levantar la cabeza en ocasiones. Todo esto junto con el sonido de un riachuelo que sonaba escondido a la vista, hacía del puente un lugar muy agradable para trabajar. Acad miró hacia un hombre impecablemente vestido con su traje de lino natural de cuello abierto del que colgaban unos cordeles deshilachados y que le caía hasta las rodillas dándole, en conjunto, un aspecto señorial. Llevaba unos pantalones anchos de algodón blanco y unas zapatillas hechas con tiras de cuero marrón. Su vestimenta junto con su espesa y cuidada barba y su melena en una sola trenza que le llegaba hasta la cintura daban a entender a cualquiera que le viese que estaba tratando con un militar de alto rango, un aristócrata de la guerra. A Acad siempre le había sorprendido que un hombre al que el consideraba de una cerrazón mental sin precedentes hubiera tenido el buen gusto de dotar al puente de semejante ambiente.
–¿Me has hecho llamar, Abdaaral?.
El hombre entre cerró los ojos y le replicó: –Abdaaral Sáhjmeister, ese es mi nombre y así debes dirigirte a mí.
Acad hizo un gesto condescendiente, conocía perfectamente las normas de protocolo y sabía que cuando alguien se dirige a un militar de alto rango lo tiene que hacer usando su nombre completo, pero, pese a la animadversión que sabía se estaba creando y lo peligrosa que esta era, no podía reprimir la tentación de, al menos una vez, olvidar esa cortesía y así poder ver como los ojos se le entornaban y los párpados le temblaban en ese gesto tan característico del capitán cuando se cabreaba e intentaba recuperar su equilibrio, claro, que aun teniendo en cuenta que él, era el director de exploración y gozaba de cierta autonomía no era cuestión de enfrentarse directamente con el que, hasta que llegasen a Vega IV, tenía el poder absoluto en la nave, así que repitió: –¿Me has hecho llamar, Abdaaral Sáhjmeister?
–Ven, Acad, ya han llegado las primeras imágenes de la María Galante.
A Acad se le iluminó el rostro y una especie de corriente nerviosa le recorrió el cuerpo. Tuvo ganas de saltar, chillar y dar puñetazos al aire pero se contuvo. –¿Cuanto hace que han llegado?
–Hace sei horas.
–¿seis horas? Y como es que no se me ha informado antes.
–Las imágenes que nos han llegado debían ser estudiadas con detenimiento.
–Sí –respondió él– por mí.
–Lo sé pero las imágenes que la María Galante ha enviado de Vega IV contienen algún dato inesperado que debía ser analizado desde un punto de vista militar.
El rostro de Abdaaral siempre se mantenía inexpresivo, su cabello moreno y su espesa barba no podían esconder unos gigantescos ojos azul marino que parecían escrutarlo todo y que sin embargo no dejaban a nadie percibir nada de lo que sucedía detrás de ellos, pero ese día Acad sintió en el capitán cierta inquietud, cosa que hizo, quizás por lo inhabitual del caso, que él mismo dejara de lado su ilusión y empezara a preocuparse. –¿Qué ha sucedido?
–Mira –el capitán activó un clic cerebral y una pantalla apareció ante él. Un sensor le leyó el enfoque de los ojos y lo siguió hasta una carpeta que ponía, “entorno”, allí, el capitán, activó otra vez un clic cerebral y un menú se desplegó, enfocó con los ojos donde ponía “activar nuevo entorno” y volvió a clicar, después seleccionó: “entorno complejo Vega IV de la María Galante” y el cielo desapareció, la baranda ya no existía y las montañas tampoco estaban, ahora sólo un cielo oscuro a rebosar de estrellas se cerraba sobre sus cabezas. La roca calcárea que les había soportado se tornó en oscuro y en esa oscuridad un planeta flotaba solitario en la penumbra, se entreveía el azul mezclado con zonas sombrías que seguramente eran verdes. Y siguió– sólo tenemos imágenes de la noche en Vega IV.
–Bien, dime, Abdaaral, ¿Qué es lo que tanto te preocupa?
El capitán entornó los ojos otra vez pero esta vez no dijo nada al respecto de su nombre y siguió con lo referente a Vega IV. –Antes de perder la señal, la María Galante ha podido hacer un acercamiento en superficie –he hizo un silencio largo. En el puente reinaba la más absoluta oscuridad sólo unos pocos de los que allí estaban trabajando habían activado sus entornos personales para que les dieran luz en su trabajo. Al lado del que estaba más a la derecha habían crecido un par de arbustos y en ellos refulgían intermitentemente cientos de luciérnagas que se encendían y se apagaban alternándose para no dejar en ningún momento sin luz su escritorio. Por otro lado, no muy lejos de éste, en la penumbra, resplandecía una ventana antigua frente a la cual un tendedero exhibía una extraña ropa interior parecida a la que se ponían las mujeres a finales del siglo XX. Por la ventana, a través de una cortina blanca, se oía muy suave el dulce cantar de una mujer. De vez en cuando ésta dejaba vislumbrar su silueta desnuda a la claridad de la ventana. El marinero que a su luz trabajaba lanzaba miradas sutiles hacia la ventana y bajaba la vista avergonzado cuando esta pasaba, como si realmente hubiera una mujer de verdad allí.
–Bueno –dijo Acad– ¿Me vas a enseñar ese acercamiento o no?
El capitán le miró un momento más y activó el acercamiento, el suelo pareció abrirse y todo el puente pareció caer desde cientos de kilómetros hasta cien metros de la superficie en un segundo.
Nadie dijo nada, los marineros que se encontraban en el puente estaban entrenados para seguir escrupulosamente las órdenes, habrían podido mostrar como un lobo salvaje devoraba a su madre sin que ni siquiera se fijaran, se les había ordenado no prestar atención y la orden, más allá de afectar a su cuello, sus ojos, o sus músculos, afectaba directamente a su mente y aunque la imagen cayera dentro de su campo visual jamás se les ocurriría prestar atención. El capitán Sáhjmeister también callaba, pero él si prestaba atención, no miraba hacia el planeta, sino que clavaba la mirada en el rostro de Acad.
Este se movía nervioso por el puente. No podía creer lo que estaba viendo. –¿Podemos acercarnos más?
–Claro –respondió Abdaaral, y cayeron otros cien metros hasta situarse a escasos centímetros del suelo.
–Esto es increíble, ¿Hay suficiente información para una simulación con luz de día?
El capitán asintió y un enorme sol naranja apareció en su cenit por encima del puente. Los dos marineros que tenían encendido sus entornos personales al verse iluminados lo apagaron y tanto los arbustos repletos de luciérnagas como la ventana con su chica se diluyeron en el aire.
Acad caminaba de lado a lado nervioso, eso que tenía bajo sus pies era un camino y bastante bien construido por cierto. Paralelo al camino corría un rió que tendría unos veinte metros entre orillas. Al fondo, a unos cien metros se veía un puente de aspecto rústico, pero sólido.
Cuando hace dos años salieron de la tierra, todas las imágenes que tenían de ese pequeño planeta que giraba alrededor de Vega eran simulaciones basadas en los datos que habían obtenido de los telescopios instalados fuera del sistema solar. Sabían que era el planeta más parecido a la tierra que habían encontrado, un solo sol, temperatura, presión atmosférica y porcentaje de oxigeno similar, mares igual de salados y continentes exultantes de vida vegetal. Obviamente, y aunque no hubiera pruebas de ello, se suponía que cuando llegaran encontrarían gran cantidad de animales. Imaginar las innumerables formas de vida con que se podían tropezar en su nueva casa fue el juego preferido de creativos y biólogos. Incluso algunos imaginaron la posibilidad de encontrar allí algún tipo de vida inteligente, pero los científicos descartaron rápidamente esa posibilidad, si hubiera existido algún tipo de señal de radio, alguna ciudad iluminada o algún tipo de radiación no natural los telescopios y radiotelescopios la habrían captado. Es cierto que la llegada a Vega se situaba unos mil doscientos años más tarde que el Vega que vimos desde la tierra, cosas de la relatividad, pero mil doscientos años pensando en tiempo geológico no es nada, igual que no son nada ciento cincuenta mil años que es lo que los científicos estipularon que podía tardar, como máximo, una especie inteligente en recorrer el camino que le separa entre su nacimiento y el desarrollo de tecnología detectable desde el sistema solar. Para humanos como nosotros que a duras penas podemos alcanzar los doscientos veinte años de edad esto puede parecer mucho tiempo, pero en el tiempo geológico de un planeta, que se mide en millones de años, la posibilidad de coincidir justo en el momento preciso en que una especie es inteligente pero no detectable es prácticamente despreciable. Pero… allí estaba, un camino, un puente, y no era ninguna ruina antigua. En el suelo se podían ver huellas de animales que tiraban de algún tipo de artilugio y también había una piedra bien aposentada a la izquierda en la que figuraban unas bandas azules de diferentes tonalidades que tenían todo el aspecto de ser algún tipo de señal. Era obvio que iban a tener vecinos. Acad estaba iluminado por una especie de luz que le salía del interior. Las posibilidades que se habrían ante un nuevo mundo habitado por seres inteligentes eran infinitas. Para él, un aventurero acostumbrado a los grandes espacios en los desiertos de la tierra, la idea de encerrarse en una nave durante tres años con su hija superaba cualquier concepto de tortura que pudiera imaginar, pero lo hizo, embarcó porque no podía no hacerlo, era un nuevo mundo por descubrir, un mundo verde y exuberante, como el de los entornos que escondían las paredes grises de la nave, como lo que un día fue la tierra, un lugar donde el verde y la vida no era una excepción, un lugar donde valía la pena poner ventanas en las casas. Imaginad ahora lo que pudo sentir ese hombre ante la revelación de que, no sólo se iba a enfrentar a nuevas montañas, selvas o animales, sino que además tendría la oportunidad de conocer nuevas maneras de ver el mundo, seres pensantes con nuevas perspectivas. Seguramente esta era la mejor noticia que le habían dado en la vida y la emoción le daba vueltas al pecho a una velocidad de vértigo.
Acad levantó los ojos y dijo simplemente: –no vamos a estar solos.
–Lo sé –respondió Abdaaral, pero en su tono no había alegría, sino más bien preocupación.
Al darse cuenta de esto Acad le pidió: –¿Hay algo más que yo deba saber?
–No, nada más, solo tenemos esta imagen y no tendremos más información hasta dentro de tres meses en que acabaremos de cruzar la nebulosa del esturión. –Hizo un silencio grave y continuó– entonces solo nos quedarán tres meses para prepararnos.
–¿Prepararnos para qué?
–Iluso, ¿Qué crees que hubiera pasado en la tierra si de repente hubieran desembarcado quince mil alienígenas? –y calló esperando una respuesta que no obtuvo.– Yo solo digo que nos preparemos, ese planeta va ser nuestra casa, no tenemos comunicación con la tierra y si la tuviéramos tampoco importaría, los que conocimos y llamamos amigos o familia ya llevan siglos muertos, eso suponiendo que todavía haya vida en nuestro antiguo planeta. Acad, estamos solos, y ya no podemos volver atrás. Este es nuestro mundo, una pequeña nave con quince mil vidas a bordo con destino a un lugar desconocido. Yo no tengo, ya, más patria que ésta. Para mí la humanidad entera está en esta nave y mi obligación es asegurarme de que esta semilla que plantaremos en Vega IV mañana sea un árbol grande y robusto. Se que somos nosotros los que venimos de fuera y que no es justo que les quitemos el planeta, pero esto no es una cuestión de justicia es una cuestión de supervivencia.
–Pero que dices, si… ni siquiera sabemos quienes son ni si son violentos ni como nos recibirán, ¿Y tú ya te estás preparando para la guerra? Este camino es de tierra pisada, ese puente es de madera, como mucho están en una especie de edad media, no son rival para nosotros y nuestra tecnología, aunque seamos muchos menos.
–Por ahora –respondió Abdaaral.
–Esto es una locura, no puedes hablar en serio.
–Cuidado Acad, recuerda con quien estás hablando –le advirtió el capitán– además yo sólo digo que vamos a estar preparados, sólo eso, y ahora retírate.
Acad le miró con ira y sólo le respondió: –a tu servicio Abdaaral Sáhjmeister. –Se dio la vuelta y caminó hacia la salida.
Cuando ya se cerraba la puerta tras de él la luz rosada reflejada por la nieve de las montañas volvía a brillar en el puente. Caminó por un estrecho camino de arena negra en medio de un bosque de hayas. A medida que caminaba un sol reluciente por encima de las copas se escapaba en pequeñas briznas entre el follaje cegándolo por segundos, una puerta se abrió en la nada, entró y se sentó en una pequeña barca amarrada a un pequeño puerto de pescadores que trajinaban arriba y abajo con sus artes. Al cabo de lo que para él fue una eternidad la puerta se volvió a abrir y una austera habitación de paredes grises con una cama en un extremo apareció. Entró y con un clic cerebral activó su consola que apareció ante él, abrió un menú, enfocó un nombre y lo clicó mentalmente. La pared del fondo de la habitación desapareció y unas imágenes en blanco y negro se hicieron presentes, en ellas, en medio de un gran ruedo lleno de público, un hombre con sombrero y vestido de cuero cabalgaba a lomos de un caballo y disparaba con una escopeta a unas monedas que otro hombre lanzaba al aire. Se veía un primer plano del hombre, lucía un largo bigote y una fina barba, la gente le aclamaba, luego de un extremo salía un grupo de gente también a caballo sólo que estos no llevaban silla de montar, iban medio desnudos y lucían hermosos aderezos de plumas sobre sus cabezas que les caían hasta media espalda. En ese momento, quizás atraída por el ruido, entró Idaia, la hija de Acad, era pálida como la sal y sus ojos eran azules y profundos, casi transparentes, de pelo rubio blanquecino y con algunas pecas, lucía una extraña hermosura. Se quedó parada en la puerta no comprendía que estaba sucediendo. Su padre era el más grande aventurero desde los tiempos en que jesuitas, comerciantes y exploradores se lanzaron a la búsqueda de los lugares más recónditos de África, a sus setenta y siete años había recorrido la práctica totalidad de los desiertos y mares de la tierra, escalado sus montañas más altas y descendido hasta sus simas más profundas. Todos sabían que él era el más fuerte y valiente. Idaia estaba asustada, nunca en sus once años de vida había visto llorar a su padre, y seguro que si lo contara, nadie, conociéndole, le creería.
Se sentó en su falda y le abrazó con fuerza. –¿Qué sucede papá? –le dijo secándole una lágrima.– ¿Vamos a morir?
Él la miró, se secó los ojos y le acarició el pelo, echándole el que tenía delante de los ojos detrás de las orejas. –No pasa nada hija.
Ella le miró incrédula.
Él le sonrió, consciente de que no se puede engañar a una ibrish y le dijo al oído: –No hemos recorrido cuatrocientos billones de Kilómetros para volver a cometer los errores del pasado… no lo pienso permitir.
Vicens Jordana
Un articulo fenomenal! Este es el tipo de informacion que están destinados a ser compartidos
por internet y, gracias a eso, yo te he podido encontrar en google.
Muchas gracias por tomarte la molestia de escribirlo.