En este texto intentaré demostrar que la virulencia del COVID-19 es mucho menor de lo que creemos y que estamos a punto de provocar un terremoto de dimensiones bíblicas en nuestra sociedad en base a un error estadístico.
Las estadísticas son una herramienta de las más útiles que se han creado para la ciencia, pero también una de las más peligrosas. Los datos que nos ofrecen pueden ser muy fácilmente mal interpretados y sin los datos correctos vamos a tomar decisiones erróneas.
Para que entendamos el tipo de error que puede acabar destruyendo nuestro, ya precario, estado de bienestar vamos a poner tres ejemplos de errores estadísticos comunes que nos irán acercando lentamente al asunto que nos ocupa.
Ejemplo 1
Imaginad que os digo que hemos hecho un estudio estadístico en el que hemos concluido que las personas que comen habitualmente caviar beluga tienen muchas más posibilidades de contraer cáncer que las que consumen habitualmente mijo. De eso podríamos deducir fácilmente que el caviar beluga tiene más probabilidades de producir cáncer que el mijo y esto sería el típico error de interpretación estadística.
Resulta que los que comen caviar tienen un nivel socioeconómico muy alto y por lo por tanto una esperanza de vida mucho más larga que los que comen mijo, que suele ser un alimento muy consumido en zonas del mundo subdesarrolladas y con una esperanza de vida más corta. El hecho es que cuanto más larga sea la vida de una persona, más probabilidades tiene de desarrollar un cáncer sin que eso tenga nada que ver con si come mijo o caviar.
Ejemplo 2
Imaginad que un estudio nos dice que un corte de un centímetro en la piel tiene muchas más probabilidades de producir una infección que un corte de diez centímetros. Una información así sería absolutamente anti-intuitiva, pero sería muy probable que un estudio estadístico que se hiciera al respecto arrojara esos datos.
La mayoría de las personas que se hicieran un corte de diez centímetros acudirían inmediatamente a un hospital, mientras que los que se hicieran un corte de un centímetro con suerte se pondrían una tirita y seguirían haciendo su vida. Solo acudirían al hospital aquellos que se les hubiera infectado o sintieran molestias unos días después.
Mientras que en el primer caso tendríamos conocimiento de la mayoría de los casos y por lo tanto las estadísticas estarían ofreciéndonos una imagen mucho más realista de la situación, en el segundo caso las estadísticas nos ofrecerían una imagen totalmente falaz donde, ante el total desconocimiento de los cortes que no han tenido ningún problema, se concluiría que la mayoría de los cortes de un centímetro derivarían en infección. Cualquier estadística que se diera en base a hacer una prospección sobre el terreno sería una pura especulación, es decir, un dato absolutamente inútil.
Ejemplo 3 y ya nos vamos acercando.
Imaginemos dos enfermedades. La enfermedad A y la enfermedad B.
La enfermedad A genera fiebre alta, dolor muscular muy fuerte, debilidad, dolor de cabeza fuerte y a veces diarrea. Los síntomas tienden a mantenerse durante una semana y, aunque en la mayoría de los casos se cura, tiene la posibilidad de complicarse e incluso llevar a la muerte.
La enfermedad B tiene unos síntomas más variables. Puede, desde no tener prácticamente ningún efecto, hasta producir tos seca, dolor de cabeza y fiebre baja, durante dos o tres días, pero, como la enfermedad A, también se puede complicar y hasta producir la muerte.
La enfermedad A siempre nos ofrecerá una imagen estadística mucho más fiable que la enfermedad B, ya que sus síntomas comunes son lo suficientemente graves como para ser detectados por el sistema sanitario en la mayoría de los casos, como pasaba con los cortes de diez centímetros en el ejemplo anterior.
La enfermedad B, sin embargo, no nos ofrecerá nunca una estadística clara ya que la mayoría de casos permanecerían ocultos al sistema sanitario, aflorando solo los que han devenido en complicaciones, dándose la paradoja de que estadísticamente una enfermedad mucho más leve que la otra, ofrecería datos de gravedad muy superiores.
Ahora vamos ya a abandonar el terreno imaginativo para centrarnos en la realidad del COVID-19. Lo vamos hacer a partir de tres preguntas. ¿Qué nos dicen?, ¿qué creemos que sabemos, pero no sabemos? y ¿qué sabemos seguro?
¿Qué nos dicen?
Dada la bochornosa disparidad en los datos que se nos ofrecen, yo voy a intentar elegir siempre los peores para mi demostración, con el ánimo de hacer esta más infalible. Según nos cuentan estamos ante una pandemia con una tasa de contagio de al menos 2,4. Yo voy a redondear a 2 para que nos sea más fácil hacer los cálculos mentalmente. Nos dicen que tiene una mortandad entre 3,4 y 1,4. Yo elegiré el 1,4 que es el peor dato para mí demostración.
Con una tasa de contagio de 2, es decir, que cada persona que adquiere el virus contagia a dos personas y una mortandad del 1,4% no hay que ser un genio en matemáticas para darse cuenta de que si no hacemos nada en 26 pasos los 47 millones de habitantes de España van a ser infectados y que de ellos un 1,4%, es decir, 658.000 personas van a morir. Y claro, yo entiendo que cualquier político con esos números sobre la mesa entre en pánico y esté dispuesto ha hacer lo que sea necesario para frenarlo. Como por ejemplo, declarar un confinamiento masivo de la población. Y con esos números es lógico que la población lo acepte. Creo, que la mayoría de personas no se acaba de creer esos datos, pero claro, aunque la cosa solo fuera la mitad de la mitad de grave de lo que aparenta, seguiría siendo gravísima.
Partiendo de estos datos es razonable deducir que la enfermedad es imparable y que a lo único que podemos aspirar es a intentar ralentizar esa tasa de contagio, para dar a la sanidad capacidad para asumirlo y no tener que hacer triaje en cuestiones vitales, es decir, terminar escogiendo quien debe vivir y quien debe morir.
Para que entendamos a que nos enfrentamos nos han enseñado dos gráficas, una, que sucedería si no hiciéramos nada y la otra que sucedería si nos confinamos. En la primera hay un pico de casos inasumibles por el sistema sanitario, en la otra al extender la enfermedad en el tiempo, digamos, que se lo ponemos más fácil. Lo curioso del caso es que nos enseñaban estas gráficas y nos hablaban de un confinamiento de una semana, ahora ya son dos y pueden ser más, pero en la gráfica se dibujaban meses.
No hace falta ser matemático para entender que tal como se abandone el confinamiento volveremos a entrar en una situación exponencial que nos llevaría irremediablemente a otro pico de contagio, solo que este, dos semanas más tarde que el anterior.
Con todo esto sobre la mesa cualquier persona con un mínimo de inteligencia debería estar muy, pero que muy asustada.
¿Qué creemos que sabemos, pero no sabemos?
En realidad ninguno de los datos que he dado en el apartado anterior ofrece la más mínima credibilidad, ya que todos se basan en las cifras de infectados, sea «tanto por ciento de mortandad» o sea «tasa de contagio». El COVID-19 es una enfermedad que en su desarrollo normal es leve e incluso puede llegar a no presentar ningún síntoma. Es como la enfermedad B del tercer ejemplo o el corte de un centímetro en el dedo del segundo, de tal manera que el número de contagios real es absolutamente desconocido.
Algunos medios de comunicación tienen la decencia de hablar de positivos en el test de coronavirus y no de infectados, pero incluso estos dan total credibilidad a los porcentajes de mortandad o a las tasas de contagio extraídas sobre esos positivos y no sobre los infectados reales.
No existe ningún protocolo internacional a la hora de practicar estos test, así que la cifra siempre va a depender de los que se hagan y donde se hagan. En la mayoría de los casos estos test se hacen a las personas que acuden al hospital para ser atendidas, imagino que como prueba diagnóstica que ayude a su tratamiento, pero que acaban siendo utilizadas como dato estadístico. También se suele hacer al personal sanitario y a colectivos especialmente vulnerables, estos los menos.
El dato de mortandad de 1,4 parece que se basó en la obviedad de que el número de infectados en Wuhan no era realista y especularon con que el número de positivos solo era un tanto por ciento del número real de infectados.
Yo creo que esa especulación sigue extremadamente lejos de la realidad, pero discutir de especulaciones no me parece mucho más científico que hacerlo sobre el sexo de los ángeles.
No voy a poner en duda las cifras de muertos, aunque me parece extremadamente sospechosa la diferencia en los datos que nos llegan de diferentes países.
¿Qué sabemos seguro?
En un tipo de situación como la que enfrentamos no podemos tener datos creíbles hasta que esta se de por terminada. Es por esto que no me he atrevido a sentarme a escribir esto hasta que Hubei, Singapur y Corea han dado la alarma por terminada.
Me voy a basar en la más grave y la que inició todo esto, China, más concretamente la provincia de Hubei. Sabemos seguro que es una región en la que habitan aproximadamente sesenta millones de personas y en la que han muerto unas tres mil. Es decir, que en Hubei ha muerto una de cada veinte mil personas. Sabemos que han aplicado un confinamiento muy largo, pero también sabemos que el confinamiento no tiene como objetivo evitar el contagio, sino ralentizarlo, porque así nos lo han dicho. Si los datos fueran los que nos han contado y dado que el virus se expande exponencialmente, este debería resurgir en cuanto se abandonara ese confinamiento y, a la espera de ver que sucede en los próximos días, parece que no es así. Me gustaría recordar que toda la pandemia surgió de un paciente cero. Que los brotes europeos se originaron aparentemente de unos pocos viajeros y que según los datos oficiales que nos muestran, al virus todavía le quedan mil trescientos millones de chinos por contaminar a una tasa de 2,4, cosa que, me parece obvio, no está sucediendo.
Sabemos que en España e Italia las cifras ya han superado esa tasa de mortandad y que la epidemia no ha remitido aún, pero en base a lo visto en Hubei, en Singapur o en Corea, no deberíamos esperar que fuera mucho más alta. ¿Por qué esas diferencias? Las causas pueden ser muchas. Son dos países con una población de mayores muy alta y que además ha pasado por un invierno muy benigno. Otros lugares no tienen tanta gente mayor y han tenido un invierno más duro. Podría ser que la gripe y otras enfermedades ya hubieran matado a una buena parte de su población vulnerable en los meses más crudos. No lo sé. Esto es pura especulación. Hará falta que esto termine y sentarse a analizar todos los datos con calma lejos del ruido distorsionador de los medios.
En España mueren unas 430.000 personas cada año. La primera causa de muerte son las enfermedades cardiovasculares, seguidas de cerca por el cáncer. Más alejada de estas, con unas 50.000 muertes le siguen las enfermedades respiratorias, en las que se englobarían las ocasionadas por el coronavirus. En estos momentos su gravedad se situaría entre las muertes por caída accidental y los ahogamientos. Suponiendo que en el peor de los casos finalmente se llegara a los 6.400 muertos, que sería aproximadamente el triple de las que se llevaban cuando empecé a escribir este artículo, estaríamos hablando de una enfermedad tan grave como la gripe, lejos a mi entender de ser merecedora de la alarma social que ha generado y de poner en peligro el estado de bienestar con un confinamiento largo.
Una semana de confinamiento o dos no creo que repercutan negativamente en la economía y hasta me parecen sanas a nivel ambiental e incluso personal. Pero lo que estoy viendo a mi alrededor me está aterrorizando. No temo por el virus, lo que me asusta de verdad es ver terror en los que me rodean. Me siento arrastrado, en medio de una multitud que huye desbocada y presa del pánico hacia una puerta por la que no parece que vayan a caber sin que pueda identificar el peligro que lo justifica. Sé, por experiencia, que nada se le puede decir a una persona asustada para que deje de estarlo, ya que el miedo es un sentimiento más profundo y poderoso que cualquier lógica. Sé que, como sucede en el mito de la caverna, nada hay más peligroso que intentar mostrar la luz a aquellos que habitan en las sombras.
Estoy extremadamente sorprendido de que argumentos como el que aquí he desplegado no estén siendo expuestos por esos supuestos «expertos» que entrevistan a todas horas por televisión. Para mí es incomprensible como personas que considero mucho más inteligentes y formadas que yo no están exponiendo argumentaciones parecidas. He pasado dos días repasando lo dicho sin atreverme a exponer algo que a mí me parecía obvio, pero de lo que dudaba ante el poco predicamento que tenía. Finalmente me atrevo a publicarlo. Solo espero que como el protagonista del mito de Platón no acabe sacrificado.
Vicens Jordana
23 de marzo de 2020