Hoy es un día extraño para mí, soy emocionalmente de izquierdas. Ya con quince años llegué a la conclusión de que el mundo sería anarquista o no sería y en esa ideología he habitado la mayor parte de mi tiempo. Pero lenta e inexorablemente mi pensar me va llevando a otras partes, alejándome de lo que me es amado. Me doy cuenta de que la izquierda y la derecha son partes del mismo ecosistema y que aunque se desprecian se necesitan tanto entre ellos como el Barça y el Madrid.
¿He dejado de ser anarquista? Lo estoy intentando, no por que me parezca que el anarquismo no encaje en el nuevo mundo que percibo, sino porque no quiero cometer los errores que observo en los demás. No quiero repensar el mundo partiendo del reciclaje de una idea anterior. No quiero que mi reflexionar vaya lastrado por el amor a una idea que me ha identificado durante mucho tiempo y la lealtad a un colectivo al que siempre he pertenecido, porque si dejara que esto sucediera ya no estaría hablando de ideas sino de religión (entiendo religión como conjunto de creencias, símbolos y rituales que cohesionan un colectivo).
En mi repensar me he dado cuenta de que uno de los grandes axiomas de la mayoría de la izquierda es también una de las grandes cagadas ideológicas que nos impide ver claro los cambios que toca hacer: el derecho al trabajo y el concepto obrero.
Ya siempre me han chirriado esas huelgas y batallas eternas donde un colectivo de trabajadores, que en mi mente veía como apretadores de tornillos, luchaban a muerte contra la policía y la empresa por su derecho a seguir apretando tornillos en el mismo sitio por el resto de su vida. En su momento lo veía como que en realidad luchaban por el derecho a dar de comer a sus familias sin darme cuenta de que estaba cayendo en un falso axioma, tan antiguo y tan asumido que nadie se había planteado ni siquiera poner en duda y es la idea de que el trabajo es la única manera en la que una persona puede absorber riqueza de la sociedad para su subsistencia.
Ese era un axioma válido en un estadio tecnológico tardío como la era industrial en el que se crearon las grandes ideologías. Era una época en la que solo existían dos tipos de personas: los empleados y los empleadores, los obreros y los empresarios. Era una época donde la sociedad tenía todavía una capacidad inmensa de crecimiento en su capacidad para adquirir bienes materiales. Eso significaba un mundo donde el pleno empleo era posible.
Todas las ideas se forjaron en un momento en que, o eras empresario u obrero y estos últimos habían asumido tan profundamente su condición que incluso ni cuando sus ideologías triunfaban ponían en duda el modelo. Lo perpetuaban sustituyendo al empresario por un ente formado a partir de los propios trabajadores sin ni siquiera plantearse que pudiera haber otra forma de repartir la riqueza social que no fuera a partir del trabajo.
Hoy estamos en otro paradigma muy alejado de este y sin embargo las ideas siguen siendo básicamente las mismas. Seguimos hablando de lucha de clases, de movimiento obrero y de los derechos del trabajador sin darnos cuenta que este modelo está en crisis y que en los próximos años caducará total y absolutamente.
El crecimiento tecnológico ha optimizado cada vez más el trabajo humano haciendo que cada vez se necesiten menos personas para hacer lo mismo. Hasta ahora esto se ha solventado de manera estúpida, a mi entender, aumentando de forma artificial las necesidades materiales de la población a medida que la tecnología optimizaba los procesos de producción. Es decir, si ahora menos personas producen la misma cantidad de bienes necesarios vamos a aumentar la cantidad de bienes necesarios para mantener ocupadas a esas personas que han sido desplazadas por la tecnología.
En estos momentos este modelo ya ha tocado techo. No podemos seguir aumentando nuestras necesidades de cosas porque el planeta no lo va a resistir y la tecnología ya crece a tal velocidad que la sociedad, simplemente, no puede producir los puestos de trabajo suficientes para dar de comer a todos, pero es que además por primera vez no es necesario.
Hoy en día la tecnología produce un superávit tan brutal que podríamos vivir todos muy bien sin que nadie tuviera la necesidad de trabajar. Cuidado, no tener la necesidad de trabajar no implica no trabajar, simplemente es no estar obligado a ello. La mayoría seguirían haciéndolo, por querer más dinero o por la pasión de hacerlo en algo que le gusta.
Si no cambiamos el modelo dentro de unos años veremos como más y más gente va quedando fuera del sistema cosa extremadamente peligrosa, incluso para los propios dueños de éste. Si una cantidad de gente queda fuera de la sociedad porque no son necesarios para producir los bienes de consumo que la sociedad demanda bajará la demanda de bienes de consumo al empequeñecerse esa sociedad y otra cantidad de gente quedará excluida de ésta que reducirá a su vez la demanda y así en un círculo vicioso que puede desencadenar en algo muy feo.
Hoy la renta básica es lo único que nos puede salvar, pero por si sola no será suficiente. Hay que reformar totalmente el sistema para adaptarlo a este nuevo mundo en el que viviremos, pero este no es el tema de hoy que es el día del trabajador. Otro día os explicaré el robo tan brutal al que nos somete el sistema financiero y que hace que todo el tema de los rescates en realidad sea solo calderilla comparado con lo que realmente se llevan desde hace décadas y como podríamos si nos libráramos de este sistema acabar con la pobreza, solucionar el problema antes mencionado y al mismo tiempo dejar de pagar impuestos para siempre. Que sí, que es posible financiar un estado sin que ni los ciudadanos ni las empresas paguen impuestos, pero esto será en otro texto hoy tocaba hablar del trabajo.
Vicens Jordana
1 de mayo de 2014